domingo, 3 de enero de 2010

CIENTO NOVENTA

El pueblo está furioso. El pueblo quiere seguridad. Quiere el castigo justo y merecido para quienes amenazan su vida y su tranquilidad, su paz de hombres libres y trabajadores, decentes.
La violencia estalla en cada pantalla de televisión; la cuentan a diario desde mil micrófonos; la narran centenares de crónicas y editoriales. Hasta se proclamó, al filo de la hora cero, el último robo del 2009, con los bombos y platillos que despliegan quienes están contribuyendo, de ese modo, a combatirla. Por el bien de toda la sociedad.
Dos figuras del mundo del espectáculo, de primer nivel, aunque de no revelado mérito ético y moral, lanzan su cruzada contra los delincuentes que nos asolan el país.
Todo y todos se suman a batallar contra el último gran flagelo de la patria. Es una tarea de la sociedad, rezan algunos.
En los albores de la década que cerró el siglo XX, comenzó el plan siniestro que rompió igualdades, esparció hambre y pobreza, y puso la semilla neoliberal de cada inseguridad que hoy tanto nos atormenta. Los delincuentes no nacen con estipulaciones genéticas para delinquir, fueron paridos en una era donde los tormentos del alma y del cuerpo los recibían los que iban quedando a la vera del progreso de la Globalización libertaria. Que no son los que hoy claman acribillar con justicia a quienes fueron olvidados por todo tipo de justicia en su vida anterior.
Y no se confundan, no hablo de otorgar derechos humanos para quienes nos roban, nos matan, y nos hacen vivir con miedo. Pienso en los derechos humanos negados para esos mismos, que en aquellos tiempos, no tenían planeado robarnos, matarnos, atemorizarnos.
Mejor que vivir la inseguridad con las visceras, sería tratarla con la inteligencia y la razón. Esa sí sería una tarea de una sociedad lúcida y despierta.

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