sábado, 25 de julio de 2009

CIENTO CINCUENTA Y DOS

Es un buen viernes de madrugada. Y yo estoy esperando volver a mi trabajo de tumbero; me corté la mano intentando hacer ganar más dinero al Señor E.
Salió mucha sangre. No esperaba tener tanta a esa hora del día; roja, espesa, desesperada por abandonarme. Yo lo miré a mi encargado, que se esmeraba por salvar mi vida en el depósito, y le avisé que no me ofendía la deserción de mi plasma.
Después vino la guardia del hospital, una linda doctora que no me quiso cocer la herida, el traslado a los matasanos de la aseguradora del trabajo, y un médico que le cerró el boquete de huida a mi sangre traidora.
Me dieron una semana de plazo para recuperarme, luego me sacarán los puntos y me enterrarán de regreso a mi labor de esclavo del Señor E.
En medio queda este viernes a las cuatro de la mañana, la música que acompaña un mate con peperina, y mi verborragia que busca hogar y encuentra un papel, como siempre.
Débora Dixon susurra en mi oído.

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