viernes, 13 de febrero de 2009

CIENTO TREINTA Y OCHO

En una época mejor me tomé un colectivo y viajé hasta el centro. Me bajé donde el movimiento no tiene fin y anduve caminando calles y avenidas. Entré en un bar y me tomé un café con unos caramelos que tenía guardados de un vuelto de kiosco. Miré la televisión encendida por toda la eternidad, pero sin ningún sonido, solo la imagen, sin mucho sentido. Vi entrar y salir gente, jóvenes, viejos, lindas chicas, feas chicas, parejas, hombres solos. Escuché música de fondo. Terminé el café y me fui.
Volví a deambular por veredas sucias, con papeles corriendo a la par del viento. Miré vidrieras. También allí pasaban chicas lindas y de las otras. Y todo lo demás también, claro.
Al rato entre en un pasillo de luz tenue. Subí unas escaleras de mármol blanco, dos pisos, hasta la puerta de madera sin inscripción. No usé el ascensor de rejas, viejo, de una era lejana. Entré sin golpear.
Me mostraron las chicas. Una a una pasaron ante mí y se presentaron: Andy, Melisa, Miriam, Yamila, Carolina, Yésica...
La de las botas negras se fue un rato y me dejó desvistiéndome en penumbras. Vino una señora y le pagué con dos billetes, cuando entró yo ya estaba desnudo, parado en mitad de la habitación, con mi instrumento sexual a pleno. Me vio, tomó los billetes y me dijo: "Ya los atienden", y se fue.
Caminé unos minutos más por la pieza enrojecida. Me asomé a la ventana que veía pasar la calle que nunca duerme, le gente iba y venía, indiferente a mi acuerdo tan ancestral como la primera ciudad. Entró ella.
Andy me saludó amablemente al punto que fijaba su vista en mi pene erecto. Calculando, supongo yo, si iba a tener problemas para el coito. La calma con la que empezó a quitarse la ropa interior me sugirió que no. Me colocó el condón mientras frotaba el miembro activo. Y lo que sigue después no lo voy a contar.
Una hora más tarde esperaba el colectivo que me devolvía a los suburbios.
Eso fue en una época mejor.

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