martes, 20 de marzo de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA

¿Y si realmente puedo ver otras cosas?
¿Y si es verdad que estallan los abismos en mil formas multicolores,
con sabores y aromas de nunca explicar?
Es muy peligroso para mí,
que no sé no enamorarme de mis debilidades.
En una de esas doy con aquellas líneas
que hace millones de años estoy buscando.

miércoles, 7 de marzo de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y NUEVE

Quién diría que un día le clavaría ésta daga a su niñez.
Es el traidor.
Cómo imaginarlo mirando pasar las veredas del sur,
hasta cruzar esa frontera que es el día después de cualquier adiós.
Entre sus ropas sucias de trabajador había una decisión,
allí dormía una deslealtad,
y los años todos.
Se deja las bambalinas del sábado,
los poemas zapados en el final del domingo,
todas las noches en vela por una manía de atrapar lo inexistente.
Hay un silencio en la mirada de su gente
y en las cosas que se amontonan de rabia en su ocio.
Qué despecho empujará el andar del tren rumbo al desierto,
y qué gato buscavidas lo mirará irse desde una medianera cualquiera.
Cuál de todos los perros,
de esta ciudad creciendo entre las ruinas de su pueblo,
trepará a un lomo de burro para ladrarle por última vez.
De quién será la sangre que cubra la brea de las calles
cuando él,
el traidor,
saque su daga y se la lleve tan lejos.

TRESCIENTOS TREINTA Y OCHO

Cuarenta y tres mesas viendo la lluvia caer,
y hay uno que charla con un vaso a medio vivir.
Una televisión sintonizada en el ayer
y una parejita sin amor mirando el mañana por un ventanal sin dolor.
No hay paraguas a las siete de la tarde
en la calle principal de Lanús,
la oscuridad viene a ocultar los charcos del sur,
y el vaso muere y calla,
con la luna que yace en un toldo del color de la ciudad otoñal.

sábado, 3 de marzo de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y SIETE

Todo azul por fuera da la sensación de ser la entrada a un acuario. Pero los dibujos de diversos planetas, los puntitos blancos simulando estrellas milenarias y extintas, los oscuros círculos negros como asteroides o trozos de rocas espaciales, todo ello hace pensar en marcianitos, ya no en pececitos.
La ciudad tiene varios museos pero éste sí que se las trae. Todo eso que describí y que hace su fachada es la entrada al museo del OVNI de Victoria.
Tiene fotografías de periódicos antiguos, con notas sobre apariciones de objetos en el cielo; tiene fragmentos de meteoritos; tiene herramientas utilizadas en diversas misiones al espacio por cosmonautas soviéticos; tiene más fotografías, pero éstas de luces que se mantienen en el aire, sobre diversos puntos de la ciudad. Hay muchas explicaciones de lo qué es eso llamado Fenómeno Ovni, y qué es más precisamente en la historia reciente, y no tanto, de esta localidad entrerriana. También se puede ver un documental en una pantalla situada en un salón contiguo, que narra la experiencia de los pobladores de Victoria con sus frecuentes encuentros con naves, platos, luces, y hasta, rayos incandescentes agresivos.
Bastante información y entretenimiento por escuetos quince pesos de entrada. Además de la discusión disparada entre los visitantes que llegan en grupos y se van imaginando posibilidades de que todo sea cierto, o buscando los detalles que comprueben que todo es mera sugestión, y, claro, negocio y atracción turística. Aunque la existencia de un grupo de investigadores locales del fenómeno Ovni suena como exagerado a los efectos de generar interés para posibles visitantes. Esa gente cree en serio en lo que dice y lo que hace, nadie se organiza tan burocrática y sistemáticamente sin una convicción real, al punto de escribir libros, realizar vigilias interminables en busca del contacto deseado, y viajar a diferentes puntos del país y el exterior para intercambiar experiencias e información.
Veamos cómo es la historia.
A diez kilómetros al sur de la ciudad la estancia La Pepita abrió, el 24 de junio de 1991, el camino hacia la instauración del fenómeno Ovni en la región. Allí, la dueña de la estancia, la señora Goncalves de Basaldúa, junto a su empleada Irma, empezaron a divisar una luz roja que siempre aparecía alrededor de las nueve de la noche, y permanecía flotando en el aire, a pocos metros de la superficie de la Laguna del Pescado. Varios días tuvieron que pasar para que dejaran de lado la curiosidad tímida e incrédula, y se comenzaran a preguntar qué sería esa extraña luz en el agua. Primero habían pensado en vuelos comerciales, ya que no encontraban otra razón lógica que se pudiera utilizar para explicar el evento. Finalmente decidieron llamar a uno de los periodistas más reconocidos de la zona; Ramón Pereyra llegó así, acompañado de su camarógrafo Héctor Frutos, a la zona del suceso.
Uno pudiera esperar que ante la presencia de los nuevos y armados testigos la luz se mostrara tímida, después de todo es lo que suele pasar en estos casos. El episodio siempre queda como una prerrogativa de quienes lo presenciaron en una primera instancia, debiendo convencer con sus palabras y su énfasis a los demás. No fue así. La noche que se encendió la cámara de Frutos, la luz volvió a aparecer pasados cuarenta minutos de las veintiuna, y no solo que hizo su presentación de rutina, sino que esa vez le agregó varias vueltas y movimientos bruscos, para luego salir disparada hacia el oeste, en dirección a la ciudad de Rosario. Y la cámara de video filmó todo.
Un par de días después ATC estaba mostrándole al resto del país los sorprendentes episodios de la Laguna del Pescado. Pero no quedó allí, el cable del canal estatal fue recogido por agencias extranjeras, y así Victoria se convirtió en una celebridad de un día para el otro.
De allí en más todo se mezcló, y como era de esperar un aluvión de visiones, contactos, y presencias, empezó a dominar los diálogos de los vecinos, las charlas en los bares y en la costanera en los atardeceres. Todo el mundo veía ovnis. El asunto se volvió más de prisa que despacio un folklore local que se expandía y tocaba localidades aledañas y agencias de turismo capitalinas. El cerro La Matanza, el lugar más alto de las siete colinas, se hizo guarida de los cazaovnis aficionados, para desgracia de los adolescentes enamorados, que vieron a su villa cariño invadido por estorbadores con binoculares, cámaras de fotos, y hasta termos y mates. Y todo el mundo veía luces extrañas.
Lo que trajo a su vez aparejado el caso de La Laguna fue una multiplicidad de denuncias de visiones de ovnis. Muchos decían que hace años los veían pero temían ser tratados como locos. Y ahora era su momento. Quizá el caso más notorio sea el de Irma Medina de López, vecina de Paraná, que dice que hace años sostiene contacto visual y telepático con bondadosos extraterrestres, que le comunican mensajes de fraternidad cósmica. Todo lo puso en un libro titulado, aparentemente, ya que el investigador del que levanto parte de esta historia, desconoce su nombre verdadero, “Mis contactos con los hermanos del cosmos”.
Los hacedores del museo, además de atiborrarme con noticas mundiales y nacionales de apariciones, me interiorizaron con un par de terminologías propias del mundo de las investigaciones sobre el Fenómeno. Me detengo en el Flap. Porque, según demos veracidad a ciertos criterios “científicos” de análisis de objetos no identificados, puede explicar lo sucedido en Victoria.
Según me explican los ovnis se presentan de forma cíclica y bajo oleadas de aparición. Lo que quiere decir, precisamente, es que hay ciclos de aparición de ovnis. Periodos de dos años y medio luego de los cuales alguna región del planeta será barrida por múltiples presencias de dichos objetos , sin poder definir los investigadores el lugar exacto donde sucederá, pero sí las fechas probables, el momento. Cuando esa oleada, esa masiva manifestación se produce en una región muy específica, como ser un pueblo y ya no toda una provincia o estado, se denomina Flap. De hecho los “ovnílogos” argentinos sabían que entre fines de junio y fines de julio de 1991 se produciría dicho suceso. Así, lo que se inició ese 24 de junio en La Pepita tenia fecha de cierre, independiente de lo que desearan los atrapa turistas y vendedores de excursiones al avistaje de platos voladores.
Acá van algunos de los más notables casos de la manifestación de vida extraterrestre en Victoria.
Entre mayo de 1992 y septiembre de 1993 apareció ganado mutilado. Ovinos, equinos, y bovinos con sus órganos extraídos de forma, diríamos, quirúrgica. Con trabajos cuidados. Lo cual llevó a desdoblarse la explicación entre los que veían cuatreros foráneos, y aquellos que olfateaban sectas satánicas operando en la clandestinidad. La policía local no solo que no encontró ningún sospechoso en cualquiera de los dos casos, sino que varias noches de vigilancia extrema no pudo evitar la aparición, al alba, de nuevas mutilaciones. En sus propias narices diría un detective de novela policial.
El caso Colmán. Otro hito en la historia fantástica de Victoria. El viejo Colmán cuenta haber visto una luz blanca incandescente, que se balanceaba a poco del piso, y que despedía unos rayos hacia su persona, sin lesionarlo gravemente pero quemándolo en varias partes del brazo. A su vez menciona la presencia de figuras transparentes al costado de la luz suspendida. Una vez transcurrido el contacto solo quedaron como evidencia las quemaduras de Colmán, y unas marcas en el pasto que parecían unas herraduras perfectamente dibujadas.
Hasta aquí todo lo que dejó una visita al Museo del Ovni de la ciudad contactada de Victoria. La expresión harto popular es creer o reventar. Yo prefiero creer en los objetos que se exhiben en el otro museo, el de la ciudad y su historia, y reventar las cucarachas que se me cruzan de tanto en tanto, que me preocupan mucho más que las luces blancas saltimbanquis de los montes y las lagunas. Al menos hasta que me cruce alguna.
El pueblo de La Paz no conoce de apariciones ni luces. Lo único deslumbrante, a pocos metros del suelo, es el sol del atardecer, que cerquita de las ocho de la noche se mete a nadar en el Paraná. Para allá voy.